Luis Felipe Noe
Ideológicamente he sido de todo. Hoy, en cambio, sólo puedo creer en mi propia confusión. Y en esto no estoy confundido. La palabra no es el modo de expresar esta creencia, porque la palabra pide claridad. La palabra sólo permite enunciar. Es lo que estoy haciendo ahora, en este instante. Pero la confusión no es un enunciado. La pintura posibilita el milagro. Es una especie de huella de la vida sin contaminación intelectual. Mejor dicho, puede serlo. Que lo sea depende del pintor. A este milagro de vida sólo se accede mediante el riesgo y la lucidez en la acción. He dicho lucidez, no inteligencia. No creo en el razonamiento sino en la intuición, en el salto al vacío para arribar a conclusiones sin premisas previas, porque carecemos de ellas. Todo razonamiento es una ficción. Creo en el espíritu iluminante. Creo en la necesidad de creer. Creo en la necesidad de esperanza y en la fantasía, tanto como en la realidad. Esto bastaría para un retrato de mi caos y explicaría de mi hartazgo de mis estudios de derecho y de otra cantidad de hartazgos. Pero queda algo más. El caos lo llevo adentro y por esto me gusta una vida tranquila y un hogar como refugio de mí mismo (siempre lo he tenido y muy cerca de mí. Padres, mujer e hija). ¿Para qué buscar afuera –en este caso el caos– lo que uno lleva adentro?
El Fotógrafo de fotografió a Noe se llama Sameer Makarius.
Conocelo en Radar.
(Supongo que no debo contarte quién es Noé... y por favor no hagas el chiste, no es el del arca bíblica)
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